Francisco Javier Barba Martín nació y vivió en Madrid la primera etapa de su vida y, aunque su familia es de Toro, “tierra de vinos”, confiesa que hasta hace unos años, lo único que sabía de esta bebida era que la disfrutaba como consumidor. Jugador profesional y semiprofesional de fútbol, Javier se formó en las categorías Infantil y Juvenil del Atlético de Madrid, equipo en el que debutó desde los 13 hasta los 17 años y, posteriormente, fue fichado por distintas agrupaciones madrileñas como el Getafe, el Móstoles o el Leganés, jugando en las divisiones de Segunda y Segunda B, así como por el equipo irlandés Galway United, cuyos colores vistió a lo largo de un año.
Estudió Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, antes INEF, y, durante años, compaginó su pasión por el fútbol con la docencia. Explica que “tuvo la suerte” de poder hacerlo y que siempre ha intentado “hacer más de una cosa en su vida”. Fue precisamente en este ámbito donde conoció a su mujer, Magdalena Paramés, profesora de inglés, quién, años más tarde, lo introduciría en el mundo del vinícola gallego y le haría partícipe de un proyecto familiar de más de 3 generaciones al darle a probar un vino que, “como dice un amigo suyo”, “ha sido elaborado de madres para hijas”.
Cuenta que le costó tomar la decisión de retirarse del fútbol, un mundo que dejó cerca de los 40 años pero del que nunca se ha desvinculado del todo. Prueba de ello es su etapa en Brasil, donde la pareja residió durante 5 años. Él, para colaborar en un proyecto de la Federación Brasileña de Fútbol por la integración de chicos desfavorecidos, residentes en Favelas. Ella, para participar en un plan de divulgación del español del ministerio de Educación. Una época, dice, “muy buena” en la que continuó dedicándose a la docencia sin dejar de lado el fútbol y en la que la pareja tuvo la oportunidad de viajar a grandes zonas de vino como Argentina y ver lo que se estaba haciendo por allí.
Será, por fin, a la vuelta del país latinoamericano, cuando Javier pase a descubrir el mundo del vino, “un universo apasionante” y del que, subraya, “hay muchísimo que aprender”. Así es, sobre el año 2010, él y su mujer deciden enmprender un proyecto en a A Cañiza, concretamente en El Torgo, “un lugar espectacular”, donde ambos han continuado con la ilusión de la familia de esta: una pequeña bodega cuyo viñedo, plantado por su abuelo, cuenta con una sola Hectárea, midiendo, casualmente, “lo mismo que un campo de fútbol”, como se apresura a comentar Javier.
La bodega Torgo, que recibe su nombre de la finca en la que se emplaza, en Parada de Achas, A Cañiza, nace en los años 30 y, pocos años más tarde, empieza a producir vino de la mano de la abuela de Magdalena, una tradición continuada por su madre y su hermana, quienes renovaron la viña orientándola a la producción en ecológico, hasta que llegó a manos de esta y su marido Javier, quienes se lanzaron a comercializarlo y a darle una imagen, eso sí, “siguiendo las ideas originales”, según recalca Magdalena.
Cuando se les pregunta por los motivos de su decisión, ambos coinciden en apuntar a un cúmulo de circunstancias favorables para ello y al amor por la zona que comparten. Cuando “Javi” conoció este lugar “se quedó sorprendido”, “le gustó mucho”, dice Magdalena, quien creció pasando los veranos en el Torgo, un paraje “bucólico” del que, sin embargo, insiste, no debe olvidarse el esfuerzo que conlleva.
Quizás, precisamente por este esfuerzo, hoy, el Torgo es un lugar que produce vinos ecológicos y que ofrece actividades de enoturismo, incluido alojamiento, en el que se pueden aprender idiomas a través del sector vinícola y, hacerlo, además, a pie de viña. En plena naturaleza, en un lugar “menos turístico pero más auténtico”, Magdalena pasea con sus animales mientras trabaja en la finca y, en medio de los colores, aromas y sonidos de la naturaleza, Javier se dedica a su última pasión, el vino, sin dejar de lado las dos primeras, la docencia el fútbol.
En efecto, tampoco aquí ha dejado Javier de lado el mundo del balompié pues la bodega ofrece, dentro de su oferta enoturística, la posibilidad de combinar vino y deporte. Así, la pareja ha acondicionado un campo de fútbol en un antiguo campo de maíz al pie de sus viñedos. “La cabra siempre tira el monte”, dice Javier mientras se ríe. Precisamente, hace menos de dos meses, Javier organizó un partido de fútbol con pequeños productores del Ribeiro, Rías Baixas, Ribeira Sacra y otras zonas, en la que compitieron “blancos contra tintos”. Una iniciativa de la que el futbolista y profesor disfrutó enormemente y a la que siguió una comida en la que todos los participantes llevaron su vino. “ Una risa, estuvo genial”, describe Javier, quien opina que, aunque “el fútbol se vincula siempre más con la cerveza”, en realidad, “el fútbol y el vino encajan muy bien”.
Torgo, ubicada en Parada de Achas, A Cañiza, elabora albariños y plurivarietales típicos de la zona del Condado; esto es: producidos con albariño, treixadura y loureira. Sin embargo, forma parte de las llamadas bodegas desamparadas o sin D.O. El motivo de ello radica en su situación geográfica, justo 500 metros más allá del corte que limita Rías Baixas por la parte de la subzona del Condado de Tea. Torgo práctica la producción en ecológico y su filosofía radica en el respeto al medio ambiente y la calidad frente a la cantidad en su elaboración.