Los diseños de las botellas de vino han cambiado mucho en la última década porque el mundo también lo ha hecho. Las bodegas se enfrentan a un mercado ahora más globalizado y a un consumidor diferente. En efecto, la situación económica sufrida tras la crisis del año 2008 ha provocado una orientación de los productores hacia mercados exteriores en los que la mayor parte de los varietales y D.O españolas son poco conocidas. Así, al pasar de competir con marcas a nivel regional o nacional a hacerlo con otras ya consolidadas en todo el mundo, los productores se han visto obligados a mejorar su imagen.
En este sentido, cabe tener en cuenta que lo más importante a la hora de diseñar un vino es contar con un “Briefing”(informe) claro. Conocer el posicionamiento en el mercado, el precio, los competidores, canal de venta al que se dirige o el público objetivo del producto se convierten así en cuestiones fundamentales. En esta línea, parece lógico pensar que no se concibe del mismo modo un vino destinado a los Millennials, aún iniciándose en su consumo, que si este se dirige, en cambio, a un amante de este tipo de bebida, ya formado y gran conocedor.
Probablemente, el primero esté mucho más interesado en conceptos como “kraft” (natural, sin aditivos, respetuoso con el medio ambiente, proximidad…) o incluso con conceptos más divertidos. Cabe esperar que el segundo, por su parte, valore sobre todo conceptos más ligados al producto como la viticultura extrema o los métodos de elaboración así como las ediciones limitadas.
En cualquier caso, a la hora de vestir un vino, siempre habrá que tener en cuenta que el continente sea acorde con el contenido. Así, la elección de la botella es clave a la hora de diseñar, ya que no sólo es el recipiente que alberga el vino, sino lo que automáticamente nos hará “catalogar” al vino por su forma (Bordelesa, Borgoña, Rhin…): si es más o menos estilizada, si es más o menos pesada… Las tendencias de diseño también han cambiado en este sentido. Hace años, el peso del vidrio de la botella era síntoma de calidad y valorado positivamente. Sin embargo, a día de hoy y desde hace varios años, con la concienciación con el medio ambiente, una botella pesada puede llegar a tener, hasta cierto punto, una connotación negativa.
Las etiquetas son también una cuestión fundamental a la hora de diseñar la imagen de un vino y, del mismo modo, han cambiado mucho en los últimos 10 años. Cabría decir que, de hecho, el diseño de etiquetas está en proceso de cambio continuo y, en este momento, la tendencia en la imagen de los vinos está pasando de ser minimalista a clásica. Atrás quedan ya las etiquetas en las que apenas se daba información sobre la marca, variedad y origen y en la que las contraetiquetas se cargaban con todos los legalismos, información sobre el vino, su elaboración, cata, consejos prácticos de consumo…
Estas etiquetas, que basaban su éxito en unos excelentes trabajos de impresión con acabados muy sofisticados y unos papeles que transmitían sensaciones sin tan siquiera abrir la botella, han dejado ya de ser tendencia para abrir una etapa de vuelta a lo clásico. En actualidad, los consumidores, en general, valoran más la información que pueda arrojar una etiqueta. Muchas bodegas optan así por ofrecer detalles diferenciadores del vino en su etiqueta frontal como puede ser la procedencia (“Vinos de Parcela”, de “Terruño”) y, del mismo modo, el método de elaboración cobra importancia, sobre todo en vinos blancos, en los que es frecuente encontrar especificaciones como sobre “Lías”, “Fermentado en Barrica”, etc.
En definitiva, es importante tener en cuenta que el diseño de un vino está lejos de rematar cuando el bodeguero crea el mejor vino a partir de los mejores viñedos, sino que termina cuando todo eso se materializa en una imagen de marca sustentada por una etiqueta y un diseño de botella que conseguirá sugestionar al consumidor hasta llevarle a querer probar los sabores y aromas de esa viña en la que nació la idea.