Dime qué paisaje tienes y te diré qué vino haces

El vino tiene que ser bueno, tiene que ser salud, dar placer y tener valores tangibles organolépticamente hablando. 

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El experto edafólogo Claude Bourguignon comenzó a divulgar las técnicas de agricultura biológica en la región vitivinícola de Borgoña al confirmar que la actividad microbiana, en el suelo de algunos viñedos de esta conocida región francesa, era menor que en el desierto del Sáhara.

Sin necesidad de estudios ni de análisis, Esther Teijeiro, la primera elaboradora de vino ecológico de Galicia, llegó hace 20 años a la misma conclusión en sus viñas de la prestigiosa ladera de Portutide a orillas del río Miño. 

En estos momentos tan emocionantes para el vino gallego, cuando se nos presume singularidad, la superficie de viñedo cultivado en Galicia es de aproximadamente 30.000 hectáreas, de las cuales 75 están en ecológico. 

En total, hay 24 productores y 12 bodegas inscritas en el Craega ( Consejo Regulador de Agricultura Ecológica de Galicia ) .

Reflexionando sobre el panorama vitícola gallego con estos datos, nos preguntamos si en realidad hay más hectáreas de viñedo con este tipo de cultivo aún sin estar registradas en dicho organismo y, por otra parte, ponemos en tela de juicio cúanto de lo que se cultiva con el sello de ecológico es sostenible, ético, biodinámico, tradicional, de calidad, de mínima intervención. 

O, dicho de otro modo, cuál es su huella de carbono y si genera riqueza kilómetro o solo se busca el sello porque se sabe que hay nicho de mercado: en Alemania, la cesta de la compra es un 20% eco.

Nos adentramos pues en la compleja, anacrónica y efervescente vitícultura gallega actual, repleta de artistas conceptualizando sus obras de forma “ eco “, con cuyas energías buscan lograr el éxito o, simplemente, la supervivencia.

Es evidente que la nueva generación de vitivinicultores gallegos sabe que está ante una gran oportunidad que le brinda el mercado del vino y tiene claro cuál es el “target”. Es consciente de que debe buscar el legado, recuperar el rumbo y no perder la esencia.

A mi juicio, la clave es saber leer cuál es nuestro potencial, en qué mercados debemos competir. Tenemos que entender que no siempre vamos a ser competitivos en proyectos de superproducción, algunos de los cuales no logran más que esquilmar la tierra, pagar sueldos pequeños, o reventar financieramente, generando poco producto interior bruto.

Por la contra, debemos saber que nuestra riqueza es la heterogeneidad orográfica y climática; la diversidad varietal, la complejidad microclimática o, sencillamente, nuestras diferentes idiosincrasias vitivinícolas. 

Eso el realmente el “terroir”: cuando nuestro minifundio, lejos de ser un “hándicap”, se convierte en una virtud, en nuestra diferenciación. 

A todo ello debemos añadir el ser responsables y honestos, sabiendo que la viticultura ecológica no es buena sólo por ser ecológica, sino que, además, debe ser de calidad y disponer de valores, incluso aunque no tenga sello.

El cliente potencial vive en la era de la información y es cada vez más exigente. Debemos serlo además de parecerlo. 

Esto signigica gestionar la calidad en base a los rendimientos por planta, la biodiversidad, el equilibrio de los suelos recuperando los mismos como base de todo, generar riqueza y generar empleo digno para que estos trabajadores tengan la mejor actitud con las plantas. 

No valen verdades a medias, no tenemos porque decir lo que hacemos pero si hacer lo que decimos y,  sobre todo, no llega con ser friki o apuntarse al esnobismo, es un error y una doble mentira. 

El vino tiene que ser bueno, tiene que ser salud, dar placer y tener valores tangibles organolépticamente hablando. 

Hay que transgredir pero hay que hacerlo ya. Muchos somos conscientes de que no vamos a estar para vivir el éxito, pero debemos emprender el camino y disfrutar de él.

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