Mientras Susana Pérez, enóloga de Pazo de San Mauro, se enamora una mañana más del suelo de cantos rodados de la parcela de A Fraga, en O Condado; Ramón Paz, paisajista y director de Enoturismo del afrancesado Pazo de Rubianes, saluda a la marquesa de Aranda acompañado de un grupo de turistas, se quita las gafas para «salir guapo» en un selfie frente a dos magnolias bicentenarias con ellos, o desgrana los detalles de esta finca de más 80 hectáreas de O Salnés, con, a su vez, más de 800 tipos diferentes de Camelias.
En a Illa de Arousa, Gabriel y Juan, de AMare Turismo Náutico, salen a navegar con su nuevo «taxi marítimo», «recién estrenado», desde el que personas de todo el mundo han visto ya trabajar a Pablo, mejillonero y sobrino de Juan, de ojos azules como el Atlántico, en la batea de la familia. Mientras tanto, su tío, que practicó el mismo oficio en sus años de colegio antes de emigrar, explica sonriente que «é un chaval tímido». Muy cerca del islote de Areoso y frente a los que parecen un millón de pequeños barcos de mariscadores, alguien descorcha después una botella de albariño para acompañar una de esas empanadas que solo pueden saber a ría
Desde Soutomaior, Jessica Castiñeira, mueve el dedo índice en dirección a algún punto del Castillo de Don Pedro Madruga, para sorprender a los visitantes con una noble feminista, un fantasma que «ya se ha ido» o una sala de tortura, en singular. A 120 metros sobre el nivel del mar y frente al Monte de la Peneda, no son pocos los que abren mucho los ojos cuando Castiñeiras, a quien le gusta llevarse la comida al trabajo para disfrutarla en una de las mesas de piedra de la zona, entre árboles, fuentes y silencio, esboza una sonrisa justo antes de contar que es posible que Don Pedro y Cristóbal Colón fuesen la misma persona.
Más probable aún es, en cualquier caso, que, en O Salnés, Ramiro Martínez esté ahora mismo enseñando a alguien su colección de coches, con un Mustang del 67 a la cabeza, mientras le cuenta la última avería que ha sufrido uno de ellos. Puede que esté abriendo, para otro, un vino de su cementerio de botellas, algunas con más de medio siglo, y ver así «con qué se encuentran» o debatiendo con Rosa Pedrosa, enóloga de la bodega, si es cierto o no eso de que los rosales avisan de las plagas. A lo mejor está cocinando algo a la parrilla – no solo le encanta, también se le da muy bien- y, si está comiendo ya, es seguro que estará ofreciendo repetir a quien quiera que que sea el afortunado que le acompañe. En Terras de Lantaño, su bodega, como en toda casa gallega, da igual entrantes que primero, segundo, postre, licor o copa de albariño? Siempre «hay más».
No muy lejos de allí, en el movimiento de muñeca de Victoria Mareque, segunda generación de Pazo de Señoráns, es posible descubrir parte de la historia de la gran revolución del vino en Galicia, la que hace ahora solo tres décadas impulsó su madre, Marisol Bueno, primera presidenta del Consejo Regulador de Rías Baixas.
En Vilanoviña, Mareque parece siempre dispuesta a abrir las puertas del pazo, atraviesa viñedos y salones mostrando el hórreo privado más grande de Galicia, una estancia en la que es casi imposible conseguir fecha para bodas o un antiguo zulo no apto para claustrofóbicos. Presenta las referencias de la bodega en cata vertical; vinos, dice, «elaborados de la forma más natural posible, en los que no se trabaja la nariz, de trago largo en boca»; y charla sobre el envejecimiento del albariño o el relevo en el consumo. A la anfitriona se le hace de noche animando a preguntar, a opinar, a disfrutar… Así que se despide animando también; esta vez, a volver.
De entre las parras de La Val surgen, por arte de magia, o como en una película, Antonio Ruiloba, Fernando Bandeira y Chema Ureta, socio-administrador, gerente y enólogo de la bodega de O Condado, respectivamente, y quienes siempre están presentes en las visitas guiadas de La Val, que también organiza excursiones con colegios de la zona, convencidos de que el vino, en Rías Baixas, es cultura.
Entre bromas y con una sonrisa, explican que está a punto de llegar el envero a la D.O., una época preciosa en el viñedo que precede a la vendimia, en la que las uvas cambian de color y empiezan a producir azúcar. Toca ahora deshojar. Manos a la obra y pies en tierra, ofrecen a quienes les escuchan acompañarles en su actividad y son varios los que se animan. Es casi mediodía y el sol empieza a apretar. A la sombra de una parra, a Ruiloba le brillan los ojos cuando celebra el ser testigo, «al fin» y después de tantos años de oficina, del paso de las estaciones, Bandeira sirve unas copas de albariño y, en la voz de Chema, el visitante descubre el proceso de elaboración, los aromas y matices de la variedad reina de la Denominación. Dicen, en la provincia, que las Rías Baixas son historias.