María Bueno
«Ía invitalo a matanza pero non me atrevín», se ríe en plena ola de calor César Enríquez (Abeleda, 1960), y, «aínda que a broma é broma», dice: «Non creas que non o pensei porque a matanza é unha cousa moi galega e á que van os amigos de verdade».
Desde A Teixeira, el propietario y fundador de Adega Cachín se enorgullece de haber mantenido a principios de este verano un encuentro con el que para muchos es todavía uno de los hombres más influyentes del Mundo Libre: Barack Obama.
Algo así, asegura, compensa con creces las preocupaciones inevitables en una actividad como la de la viticultura en «momentos difíciles coma os de agora, que estamos a loitar contra o mildio».
La esperada charla tuvo lugar en Porto, Portugal. Fue improvisada, no duró más de tres minutos, discurrió «entre un inglés do malo, rarillo» y el castellano y dió para mucho. Pero vayamos por partes.
La relación de Enríquez con la Casa Blanca viene de lejos; desde que, allá por los 2000, se dio cuenta de que no bastaba con tener un buen producto. Pese a su calidad, ninguno de sus vinos, Peza do Rei Godello, Mencía y Barrica, lograban pasar la frontera gallega.
«Algo faltaba» y lo que faltaba, cuenta, era trabajo comercial. Empezó entonces a entrar en contacto con importadores de distintas partes del mundo, aprovechando las misiones inversas organizadas por el Consejo Regulador de Ribeira Sacra.
Fue en una de ellas cuando, en 2005, conoció a un importante comprador de Seattle: «A miña sorpresa foi que Cachín resultou ser unha das adegas elixidas para ir aos EE.UU e, de alí a uns anos, preséntanlle os viños ó famoso crítico Robert Parker e dálles máis de 90 puntos».
Cachín, de la venta local a nada menos que el primer país consumidor de vinos del mundo, y por la puerta grande. Mientras tanto, las visitas de distribuidores continuaron en la llamada D.O. de la viticultura heroica.
Cada año, relata Enríquez, un microbús con 14 o 15 de estos profesionales llegan a Ribeira Sacra desde Barcelona, pasando antes por sellos como el Penedés, la Rioja, Ribera del Duero o el Bierzo, entre otros.
De todos ellos, dice Enríquez, la denominación ourensano-luguesa es una de sus favoritas ¿Por qué? «Pola hospitalidade, pola gastronomía, porque somos uns dicharacheros… Chámalle sobremesa ou chámalle licor café».
A su llegada, los compradores se reúnen en una casa de turismo rural y allí celebran una cata con distintas referencias de la zona. Así ocurrió también en 2012, año en el que Peza do Rei volvió a sorprender. «Empezaron a valorar a posibilidade de metelo na Gala da Hispanidade da Casa Blanca». No era baladí: El Congressional Hispanic Caucus reúne cada octubre en Washington a los políticos, empresarios y artistas hispanos más influyentes de todo el país.
«Eu pensei que era unha de esas cousas que se din cando estas tomando uns viños, nun momento de euforia; xa sabes que se din moitas cousas: Qué guapo eres, cánto te quero… A sorpresa foi cando me chamaron e me dixeron que tiña gustado nas cociñas da Casa Blanca».
Más que gustar tuvo que encantar porque acabó por ser el vino oficial del evento durante tres años consecutivos y porque su gran hacedor, Enríquez, fue invitado a la gala. Acudió el tercer año, el único en el que se lo permitió el adelanto de la vendimia: «O capitán é o último que abandona o barco».
De Abeleda a Washington. «Alá foron». El y su mujer pudieron ver en directo como el en aquel momento líder de la primera potencia económica mundial alzaba la copa para brindar con uno de sus vinos. «A verdade é que te sentes moi grande e moi pequeno a mesma vez».
Ni se podía imaginar esto Enríquez cuando, a los 24 años, plantó con sus primeros ahorros su también primera viña en Ribeira Sacra. «Ese momento, que compras unha parcela e a plantas, que a ves, que xa te quedas engaiolado para toda a vida. Como cando tiven ó meu primeiro fillo: Este non é o fillo doutro, este é o meu fillo».
Y su hijo es el que lleva ahora las riendas de la bodega. Esa es su gran ilusión, el relevo generacional: Plantas para 50, 100 anos, son as xeracións próximas as que ven o rendemento».
Aún con esas, Enríquez, que lleva 30 años cogiendo sus vacaciones en septiembre para poder estar en la vendimia – «A volta ó traballo é o meu momento de relax», se ríe- todavía va mucho por la bodega, sobre todo para atender a las visitas.
Todos quieren oír la gran historia, la de cómo conoció a Obama.
No es un secreto que al expresidente de los Estados Unidos le gusta España. Aquí ha decidido pasar sus vacaciones este verano. Justo antes de empezarlas, participó en la Cumbre de la Innovación Tecnológica y la Economía Circular de Madrid. Allí pidió, expresamente, brindar con Peza do Rei Mencía.
«Que veña a España e que se acorde do teu viño, esa é a gran satisfacción. Chamoume a empresa que organizaba o evento e dixen: Non se fale máis. Pregunteilles se podía agradecerlle en persoa todo o que tiña feito pola miña adega e por todos os tintos galegos».
No había hueco en Madrid pero si en Porto, donde Obama iba a protagonizar otra charla aquella misma tarde. Allá se fue de nuevo Enríquez, sin saber si habría suerte. Pero la hubo.
Además de poder escucharlo, «falou da economía verde, do cambio climático, de todo eso que agora nos esta a afectar tamén a nós», pudo compartir con él un encuentro, darle la mano en persona y también las gracias. Lo invitó, por su puesto, a conocer Ribeira Sacra.
«Díxenlle que estabamos a punto de ser nomeados Patrimonio da Humanidade, que si xa lle gustaba o viño, máis lle ía gustar cando coñecese onde nace» «¿E qué dixo?» «Que vai dicir, el é político: que sí, que encantado, que moitas gracias, thank you very much», se ríe de nuevo.
Dice Enríquez que el artista, el gran embajador es el vino pero lo cierto es que él tampoco se queda atrás. Al responder sobre su primera impresión de Obama, «un líder indiscutible, que gaña moito nas distancias cortas», desvela, sin querer, la clave de su propio éxito: «É moi humilde, moi humano… Porque ti podes ser o que queiras, que si non eres humilde, humano, non chegas a ningún lado».