Licenciado en Ingeniería Agrónoma por la Universidade de Santiago, Julio Ponce (Ourense, 1973) decidió apostar por la enología y seguir así la estela de su padre, Federico Ponce, uno de los grandes de la revolución del vino en Galicia. Julio asesora en la actualidad a más de 15 bodegas distribuidas a través de Rías Baixas, Ribeiro, Bierzo o Ribeira Sacra. Es en este último sello donde se convirtió, ya en 2016, en uno de los precursores del rosado de la D.O. heroica, que acaba de pasar a incluir este tipo de vino en su pliego de condiciones.
–¿Una buena noticia?
–Sí, por supuesto. Los rosados tienen, ya no futuro, sino presente. Son una realidad, están en la calle y pueden contribuir a atraer a un público joven, que se inicie en el sector, al consumo de vino.
–¿Por qué lo dice?
–El rosado es un vino que destaca por ligero, fresco, fácil de beber; incluso, si quieres, juvenil. Es probable que sus olores y sabores le gusten a todo el que lo pruebe.
–¿Cómo se elabora un vino rosado?
–En términos sencillos, diría que el rosado empieza a elaborarse como un tinto y termina como un blanco: Es obligatorio elaborarlo a partir de variedades tintas, después, se hace una maceración para extraer un mínimo de color y, a partir de ahí, se sigue fermentando como un vino blanco.
–En este sentido, ¿hay potencial en las uvas autóctonas de Ribeira Sacra?
–Intervienen variedades como la mencía o la merenzao. Son tipos de uva muy adecuadas y que se adaptan muy bien a la hora de dar lugar a vinos frescos, con buena intensidad aromática, de carácter juvenil.
–¿Animará el cambio a otras bodegas de la D.O.?
– Yo espero que sí. Esto va a ir en línea ascendente. Hay un boom de demanda de blancos en la zona y el vino rosado sería un complemento perfecto. Yo creo que las bodegas, poco a poco, y como ya ocurrió antes con las barricas, irán completando su gama de productos.Tiene sentido que en una D.O. en la que la mayoría de la producción es tinta, parte de esa uva se desvíe a rosado.
–¿Es importante la diversificación, la innovación en una bodega?
–Sí, sobre todo hoy en día, en el que el nivel de calidad es muy alto y todas las bodegas gallegas hacen vinos muy aceptables, competir implica saber desmarcarse, diferenciarse de alguna forma: jugar con variedades, elaboraciones, con los envases…
–¿Cómo definiría el momento que viven los vinos gallegos en la actualidad?
–Yo creo que están en la cresta de la ola y hay que aprovechar el momento ¿Qué pasa? Que los gallegos nos vendemos mal y creemos poco en nuestro producto, tienen que venir desde fuera para ponerlo en valor. Muchas bodegas ya quisieran tener lo que tenemos aquí.
–¿Es la comunicación el mayor reto del sector de cara al futuro?
–Está claro que tenemos que creer más en lo que hacemos. Una vez se ha mejorado tanto en viticultura y enología, el siguiente paso es el trabajo comercial. No me gusta generalizar pero creo que Galicia tendría que invertir mucho más en hacer llegar sus productos.
–¿Lo más importante en un vino?
–El vino se hace en la viña. Un vino ha de ser singular, diferenciarse de los demás a través de los matices que marca el terroir en el que nacen las uvas con la que es elaborado.
–¿Y en un enólogo?
–Saber respetar el viñedo. Eso es lo que va a marcar el resto del proceso. Con uva mediocre, un enólogo hará un vino, quizás, correcto; con una uva de primera, un enólogo hará un vino de alta calidad. El trabajo del viticultor es muy importante, es él el que tiene la mayor parte del mérito.
– Por último, ¿qué le diría a los consumidores que se inician ahora en el mundo del vino?
–Les diría que perdiesen el miedo y que no tuviesen prejuicios. Cuando imparto una cata, lo que me interesa es que la gente exprese su opinión. Lo importante es que el consumidor entre y se suelte a hablar de vino. Hay que simplificar el mensaje, eliminar las barreras que, a veces, ponemos desde el sector. Todo es mucho más sencillo: ¿Te gusta o no te gusta?