Contaban el otro día que lo que han llegado a ser de adultos se lo deben a los críos que crecieron sintiéndose libres en la aldea o a los que, invariablemente y siempre puntuales a la cita, se iban al pueblo en fines de semana y vacaciones de verano: “Nada máis baixar do coche, soltaba a mochila, collía a bicicleta e íame a casa dos veciños a axudarlles a muxir as vacas ou o que estivesen facendo, eses dous meses eran sempre o mellor do ano fronte ao asfalto da cidade”; “eu vivía en Vigo pero eu fun sempre un rapaz de aldea”. Hablaron y muy alto en las ‘Wine Talks’ organizadas por el Instituto Galego do Viño hace ahora una semana algunos de los que se negaron a marcharse y también los que se fueron y se empeñaron en volver. Cinco proyectos exitosos en la propia voz de sus protagonistas ilustrados con imágenes de planes de negocio, vertiginosos paisajes, instalaciones construidas con las propias manos y más aún recuerdos: La prueba de que hay futuro en el rural, de que sí se puede, habló ante todo de ingenio y sacrificio con fotos de familia como hilo conductor.
Elisabet Castro eligió una foto de su madre para articular un relato “peligroso” y “atrevido”. Hay que serlo y mucho para apostar por una carta de vinos propia de un restaurante de lujo de Londres en un lugar de menos de 15.000 habitantes.La actual propietaria y sumiller de Mesón do Campo, en Villalba, Lugo, ha convertido un pequeño negocio familiar del norte de Galicia en un referente en selección de vinos en toda España, con más de 500 referencias en carta. Su historia es la de cómo, con un buen plan de negocio, se puede sacar mucho partido a ventajas del rural como los productos de cercanía, tan de moda actualmente. En Mesón do Campo no pisan un supermercado, cuidan cada detalle y el pan, ¡Ay, el pan!, se lo cuecen directamente en hornos de piedra de la zona. Castro no se refirió ni una sola vez a su restaurante como tal. En todo momento lo llamó “casa”.
En la pantalla dos fotos en color pero antiguas. En ambas, comidas con familiares y amigos, la “troula” que marcó la infancia de la enóloga Iria Otero. El nombre del proyecto: Vinos con Memoria. Estudió farmacia, vivió en Londres, trabajó en un hospital y acabó por graduarse en enología en La Rioja, hizo su tesis doctoral, colaboró con varias bodegas y decidió empezar un proyecto propio, con vinos en tres D.O. gallegas. Se mudó a Leiro, un pueblo de O Ribeiro. Su vida es “un triple salto mortal” inspirado por esas reuniones en las que el menú se diseñaba en función de los vinos que elegía su padre, con el que siempre compartió el sueño de montar una pequeña bodega en Galicia y que llevó a cabo, además, mientras construía su propio proyecto familiar, con tres niños y un perro, bromeaba mostrando una foto de su prole en la bodega: “O rural tamén é isto, tamén é conciliación familiar”. “Deixei todo aquilo e isto é o que vexo todos os dias ao levantarme pola mañá. Que ben fixen, non me arrepinto de nada”.
Diego Diéguez, co-propietario de Cume do Avia, habló de sus primos: 24 años de media, largas melenas rockeras y “un plan de negocio diseñado ao dedillo”, ironizaba entre risas a la hora de contar los inicios de esta bodega de O Ribeiro que trabaja en ecológico.
Que partieron de cero quedaba claro en las imágenes, en las que se veía a los primos replantando los viñedos, construyendo la bodega, probando los vinos. Jóvenes, ilusionados, acompañados de familiares. ¿Tuvo que ser muy divertido?: “Risas houbo moitas; agora, lágrimas tamén”, repondía Diéguez sobre “un proxecto de aposta polo noso lugar de orixe”. Al final lo consiguieron, recuperaron y pusieron en valor la tierra que vio nacer a sus abuelos, una aldea abandonada que ha vuelto a recobrar su paisaje vitivinícola. Se despidió entre las piedras de una casa antigua en medio de un viñedo: “A autenticidade encóntrase en lugares coma este, nesta ventá naceu miña avoa; e nesta, meu avó. Chámase Eira de Mouros, as pedras non valen moito pero o lugar si”.
Fabio González, de Adega Algueira, ubicada en plena Ribeira Sacra y todo un referente en elaboración de vinos y enoturismo, mostraba la diminuta sala en la que su padre, Fernando, esperaba a que llegasen asistentes a las primeras sesiones de cata que organizaron: “Había veces nas que non viña ninguén” y pasaba a la siguiente diapositiva: un espacio mucho más grande, con capacidad para 70 personas, la actual sala de catas que ahora se les queda pequeña. El compromiso con el origen, paisaje, gentes, historia y también las ganas de contárselo al mundo son las claves de éxito de esta bodega y, a la vez, los motivos por los que González decidió dejar su vida en Londres y volver a Amandi, esta vez acompañado de su pareja, de origen sueco y a quien pudo verse en la charla vendimiando entre bancales.
De amor habló directamente Laura Lorenzo, de Daterra Viticultores, asentada en las profundidades de Manzaneda. De qué modo, si no, iba a explicar su apuesta por la recuperación de viñedos, algunos prefiloxéricos, con prácticas de permacultura en un lugar en el que tiempo parece haberse detenido: “É un patrimonio histórico vivo que temos, a través deles podemos entender quen somos e por que facemos as cousas. Por que decidimos quedarnos no Val do Bibei? Eu creo que foi por amor; quizais, se non estás namorado, non o fas. Tiñamos moita enerxía, eramos mozos e dixemos: ‘Non temos cartos pero temos mans’”.
Ya lo dijo Xoan Cannas al inicio de las charlas, convencido de que el vino es y será un gran aliado frente a retos como el cuidado del medio o la lucha contra la despoblación rural: “Moitas veces, para facer realidades, hai que soñar imposibles. Vós soñastes imposibles e hoxe son unha realidade”.