A nosa“pequena Festa”

Muchos son los gallegos que estos días se afanan en la vendimia, una fecha en la que familiares y amigos se reúnen para disfrutar en el campo mientras otros aprovechan para ganar un dinero extra

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Texto: María Bueno

Benito Álvarez Gándara, propietario de Adega Pateira, se levanta a las 6:00 en punto en O Rosal para preparar los materiales y cargar su furgoneta. 45 minutos más tarde, la estudiante de magisterio Sara Rapela amanece en Ribadavia y, aunque todavía no ha acabado agosto, se viste con botas de montaña y un abrigo polar. Luisa Álvarez, de 43 años,  llega a las 7:30 a Bodegas Santa Marta, en Valdeorras y, a las 8, Celia Ferreiro coge las tijeras y los guantes en Soutomaior. Media hora más tarde, Manolo, de 77 años, más conocido como “Patoa”, deja tras de sí el embalse de Castrelo do Miño en su tractor para atravesar la puerta de Bodegas Eduardo Peña, en O Ribeiro. 
Empieza la jornada de vendimia.

Patoa saluda a sus compañeros de trabajo, “más que una familia”, según explica por teléfono entre risas y, mientras tanto, Celia, madre de uno de los propietarios de Noelia Bebelia, empieza a cortar uvas con la suya propia. A Celia, que lleva el campo en la sangre; ha ido a las vendimias “desde nena”; le gusta mucho esta época. “E bonito porque che gusta mirar a cosecha cando é boa, charlas ca xente, ca familia, falas, ris..”, explica para pasar a desvelar el secreto mejor guardado de las vendimias gallegas: “Sempre hai algún conto”. “¿Cotilleos?”. “De todo”. Y se echa a reír. 

Hace un rato ya que Benito Álvarez y su hijo Pablo han recogido con la furgoneta a los amigos de la familia, quienes siempre “colaboran” con los trabajos y eventos de su pequeña bodega de colleiteiro, y se han trasladado a sus viñas, desde las que se ven los molinos del Río Folón. La ilusión de Benito son sus viñedos. Para él, estar allí, es “como estar en el cielo”. “Llevo un bocadillo y una botella de vino y llamo a algún amigo.  Aún no colgué el teléfono y ya aparece y nos ponemos a charlar” , apunta mientras reflexiona sobre cómo “evoluciona la vida”. De niño no le agradaba vendimiar, “la verdad” pero, después, dice, “uno se da cuenta de que le gustan las mismas cosas que le gustaban a su padre”. 

A 100 km de allí, en las zonas altas de Castrelo de Miño, la niebla de primera hora ya se ha despejado y el sol empieza a dejarse notar. Patoa lleva bien el calor mientras también recuerda, entre viñas, las vendimias de su infancia y adolescencia. “Cuando yo tenía 17 años, a las noches, en Castrelo, se hacía una verbena y había un señor que tocaba el acordeón y estábamos allí hasta tarde”, describe para pasar a apuntar que, eso sí, “al otro día había que ir a vendimiar”. “Hasta que el cuerpo aguantase”, comenta divertido. 

Así, entre anécdotas, recuerdos, “muchas risas” y cánticos, la dura mañana de trabajo no lo ha sido tanto y se ha pasado “hasta rápido” y con “alegría”. Llega ya la hora de comer. En Eduardo Peña, hoy hay empanada y, en Adega Pateira, churrasco y sardinas. Y vino, “claro”. “Siempre hay alguno que se le va un poco la mano y no puede seguir vendimiando”, se ríe Álvarez Gándara “¿Pero qué se le va a hacer?”.  

Por la tarde, el cansancio hace mella y el trabajo se lleva peor. Luisa, quien encuentra en la vendimia un buen modo de sacarse “un extra”, quita las hojas de las cepas para coger los racimos de uva más rápido y no dejarse ninguno. Comenta que es un trabajo tranquilo, agradable, mucho menos estresante que el de una oficina o una fábrica pero, a medida que avanza la tarde, se coloca “un pañuelo en el pelo” tratando de aplacar el calor; “poco más se puede hacer”; y vendimia un par de cepas de rodillas para descansar la espalda. 

A estas alturas, Sara, que va a la vendimia para “ayudar económicamente en casa mientras estudia la oposición”, ya se lo ha quitado todo; polar, chubasquero, jersey… “En vendimia me lo paso genial, me río mucho y conozco a gente que es la bomba pero también es duro” comenta mientras, en Soutomaior, Celia parece estarle respondiendo. “Levase ben”, dice cuando se le pregunta por lo severo del trabajo. 

“Eeeeeeei”, exclama Manolo en Castrelo sacando provecho del eco de las montañas de Barral. “Por hoxe acabouse”. El día ha terminado. A lo largo de Galicia, unos y otros, desde bodegueros hasta temporeros, jóvenes y mayores, familia, amigos y desconocidos que, quizás desde hoy, han dejado de serlo, se quitan los guantes y devuelven las tijeras ante hileras de viñedos en toda la comunidad, mientras se felicitan por los kilos de uva recogidos durante la jornada. 

Manolo, que fue catador del C.R.D.O. O Ribeiro, se queda a probar el mosto con el dueño de la bodega, “un hermano” para él, mientras los amigos de Adega Pateiro compiten para ver quién ha acabado más gavias hoy. Celia, que ya ha disfrutado de la vendimia con su padre y ahora lo hace con su hijo, está deseando hacerlo con su nieta, de todavía dos años, para ver cómo continúa con la “tradición” porque, lo tiene claro, “esto da vendima e coma unha pequena festa”. 

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