Albariño al atardecer de Cambados

El astro rey comparece a menudo como luminoso invitado de honor. Por eso resulta inspirador el atardecer estival como telón de fondo para degustar un Rías Baixas.

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Cambados es una villa decorada a base de metáforas. Una de las más hermosas es la que dejó escrita Otero Pedrayo, a propósito de las ruinas de Santa Mariña, en su excelsa Guia de Galicia. El patriarca das nosas letras nos recitó en prosa: “El templo parece una nave desarbolada y náufraga que aún conserva la elegancia de su estructura”. Torrente Ballester eligió esta nao en trance de desguace para ilustrar la portada de uno de los volúmenes de su televisiva novela Los Gozos y las Sombras.

Entre el crisol de imágenes literarias que adornan al hidalgo Cambados hay una que parece transversal. Desde el realismo mágico que Cunqueiro extrajo del sombrero de Merlín hasta las “vibrantes verbas” del poeta Cabanillas, el astro rey comparece a menudo como luminoso invitado de honor. Por eso resulta inspirador el atardecer estival como telón de fondo para degustar un Rías Baixas, al inicio de una ruta abariñense en el patio de armas del pazo de Fefiñáns.

Quien contemple una puesta de sol desde el paseo marítimo en O Pombal verá los pinos de Tragove como torres vigía que protegen la ribera del Fefiñáns antiguo y de la señorial Cambados. El mismo oficio desempeña la torre de San Sadurniño, aunque con armadura pétrea, por delante del abigarrado y marinero San Tomé do Mar. Filgueira Valverde, en su pregón albariñense, cantaba al Príncipe Dourado como “un viño para mirar ao sol, cun brinde, co seu cristal, naquela regalía de veigas e camiños na que descobría Valle-Inclán o sabor dos horizontes nativos”. Entre aquellas veigas de Vilariño encontramos la proa del galeón Martín Códax, desde donde podemos contemplar -a través de la copa alba- uno de los paisajes idílicos del Salnés.

José María Castroviejo glosaba el vino albo desde la bodega de Zárate o Quintanilla, “mientras el sol antes de encaminarse a países lejanos enciende y exalta maravillosamente los cristales de los viejos pazos para sumergirse luego, lentamente, en el mar”. Cerca de la ría nos llevan los parrales de Condes de Albarei y del Lagar da Costa, en la virgiliana Castrelo.

Ramón Cabanillas, en el limiar de Vento Mareiro, también versifica la confluencia cambadesa del mar con su astro guía: “A ti meu Cambados, probe, fidalgo e soñador, que ó cantareiro son dos pinales e ó agarimo dos teus pazos lexendarios, dormes deitado ó sol, á veira do mar”. Esa mistura mágica del vino con la luz solar está muy presente en el imaginario cabanilliano: “…E os rebrilos dourados do Albariño, saltarín e algareiro, que borracho de luz e de alegría, todo o ouro do sol ten prisioneiro”.

Metáforas vino-sol que resuenan también en el cancionero popular: “Albariño, ouro da terra,/ sol que encendes os amores,/ alumeas corredoiras e fas esquecer dores,/ Albariño doce e craro,/ meu amigo feiticeiro,/ heiche de beber cantando,/ heiche de cantar bebendo”. Cantar y degustar es la mejor manera de rematar una ruta en una bodega cambadesa, sobre todo cuando la banda sonora nos la ofrecen Manso y Amigos en el predio de Don Olegario.