Dicen que el sentido del olfato es el más desarrollado. El que más nos engancha y el que más nos hacer recordar.
Parece que esta capacidad de lembranza olfativa, se utiliza habitualmente en marketing para atraernos hacia uno u otro producto, y que ninguno de nosotros está libre de caer en las garras de un publicista descarnado.
Algo de razón deben tener… ¿A quién no le ha pasado que, de repente y sin esperarlo, un aroma, el olor de algo que se cuece, o el perfume de alguien que pasa a su lado, le ha sobrecogido, llevándolo a otro momento, a otra época? Normalmente, no somos capaces de identificar qué aroma es el que nos lleva a ese estado, sin embargo si somos capaces de reconocer con quién, dónde o en qué momento de nuestra vida tuvimos esa misma sensación.
En este último año, tan duro para todos, donde se acabaron las ‘xuntanzas’, los viajes y las fiestas; gracias a esa memoria olfativa a veces viajo y me encuentro en otros lugares, en otros paisajes y con otros amigos. Y todo esto gracias al vino. El vino tiene esa capacidad, ese vínculo con el sentido del olfato que te lleva a otras culturas y lugares, a su gastronomía, a su entorno, sus colores…
Beber un “Alalá”, o un vino de Albamar, de Forjas del Salnés o Fulcro, te transporta al Salnés más fresco y salino; a una bandeja de berberechos en Portonovo, a ser posible en la terraza de A Curva conversando con Miguel Anxo en pleno mes de Agosto
Este año sin vacaciones, he tenido la suerte de viajar a muchos sitios. Algunos cercanos, como mi querido Val do Salnés, a sus playas, sus pinares y loureiros, con aromas a bajamar y a bruño. Incluso he podido elegir qué recuerdos visualizar. Beber un “Alalá”, o un vino de Albamar, de Forjas del Salnés o Fulcro, te transporta al Salnés más fresco y salino; a una bandeja de berberechos en Portonovo, a ser posible en la terraza de A Curva conversando con Miguel Anxo en pleno mes de Agosto. Mientras que, si eliges una botella de Zárate o de Lagar de Pintos, encontrarás la mineralidad y el perfume cítrico y floral del Salnés en primavera.
Si queréis viajar a tierras del sur, no tenéis más que abrir una botella de oloroso o de amontillado de Jerez que os trasladarán a sus albarizas y sus aromas de frutos secos y azahar. Y si queréis llevarlo más allá, nada como beber un “Socaire” de Primitivo Collantes, o un “UBE” de Ramiro Ibañez para sentir en la boca el atún de almadraba y en la cara el aire del levante y del poniente y la sal del atlántico en los labios.
También he hecho viajes más largos, viajes que normalmente realizaría en avión y que, esta vez, solamente me han requerido un sacacorchos y una buena copa. Este año, por ejemplo, he viajado al Champagne mineral y calizo; y he sentido la elegancia de sus suaves y ondulados valles y de su burbuja que, así como sus bodegueros es fina, precisa y afilada. O a la Alemania del sur, donde un Riesling seco de carácter vibrante y nervioso, me ha trasladado con su austeridad al Palatinado.
Si os atrevéis a probar, y queréis hacer un viaje de verdad, uno que cualquier no introducido al vino puede reconocer… Os recomiendo probar un vino de Tenerife, uno de Suertes del Marqués o, si os véis más exploradores, uno de Sicilia, de Occipinti a poder ser. Para oler y probar esa tierra exuberante y ese fósforo inconfundibles de tierras volcánicas que os llevarán a lugares lejanos y os harán viajar con el pensamiento y el alma.
¿Qué tenéis alma mediterránea? Os animo a dar un paseo por el levante. Por sus Monastrell, carnosos y afrutados, como su huerta y sus paisajes. Qué mejor que un vino de Julia Casado, La del Terreno para encontrarte inmerso en el mediterráneo con su luz y su calidez, a los aromas a genista y a monte bajo que se abren paso sobre terrenos de arenisca y caliza.
Si dudáis de mi, si creéis que un vino no puede haceros viajar con el alma y la memoria, os propongo un juego…
Abrid una botella de Rioja. Abrid a la vez una de Ribera del Duero, o una de Toro. O incluso, y si queréis viajar fuera de nuestras fronteras, una del alto Douro con Tinta Roriz en su mezcla. Diferentes ¿Verdad? Pues todos tienen algo fundamental en común: están elaborados con la misma uva, con la famosa Tempranillo.
Una variedad que al igual que las personas que habitan estos parajes cambia y se adapta al terreno, y puede expresar en cada zona la intensidad de la montaña portuguesa, la exuberancia zamorana, la profundidad del Duero en su ribera, y la gracia y frescor de su vecino Ebro. Y si queréis quedaros en Galicia, si no queréis traspasar fronteras, podéis comprobarlo abriendo un un vino de Monterrei con Arauxa que, como muchos sabréis, es el mismo Tempranillo adaptado a tierras del Támega y que en su mezcla con la Mencía de las laderas de Verín, consigue vinos frescos y brincadeiros como sus gentes… muy diferentes a los minerales y fluidos vinos elaborados con esa misma Mencía en la cercana Ribeira Sacra, o en la montaña berciana, donde sus vinos, más intensos y profundos, nos trasladan a terrenos de arcilla y pizarra.
Sí, es cierto, este último año no me he movido de casa, de mi pequeña bodega en Leiro, pero he viajado todas las semanas a diferentes parajes, y he reconocido en los vinos que he abierto sus terrenos y a sus gentes. Espero que más pronto que tarde pueda tomarme todas y cada una de esas botellas en su lugar de origen y, ahora sí, viajar más que con la memoria.