*Foto: Emilio Rojo, Premio Vide entre Vides de O Ribeiro, en el Monasterio de San Clodio. Brais Lorenzo.
M.bueno – Vigo
Al otro lado del teléfono y desde su finca de una hectárea y media en Leiro, Emilio Rojo (A Arnoia, 1951) habla de Nietzsche, Ava Gardner, Fernando Fernán Gómez, Rodrigo Rato o, incluso, un libro japonés del S XVI y un archipiélago de Somalia. Se queja del “buenismo y lo políticamente correcto” y dice que aunque “bastante indisciplinado” es muy bueno “cuando duermo”. Que su quiosquera suele mirarle mal porque nunca sabe si va “en serio o en broma” es algo que ya advierte durante la entrevista: “Las preguntas fáciles o te paso con mi peluquero”, añade a modo de broma el hombre del bigote perfecto.
Ingeniero de Telecomunicaciones y auténtico pionero en el nuevo Ribeiro, apostó por las variedades autóctonas y los bajos rendimientos y llegó a vender el vino que lleva su nombre a un precio muy superior que el resto de las bodegas del sello. Uno de los blancos más emblemáticos del país que, ya en 2010, presumía de estar en las cartas de los mejores restaurantes de Nueva York, ciudad a la que Rojo dedica grandes piropos a lo largo de la conversación, con especial devoción a uno de sus rascacielos más famosos: el Empire State.
Ahora en la cima del sector, reconocido esta semana con el premio “Vide entre Vides” de O Ribeiro y también noticia por la venta de su emblemática bodega al grupo de Ribera Pago de Carraovejas, Rojo repasa su trayectoria y empieza por el principio: “Mi padre, que sabía leer y escribir con dificultad, pero que era super inteligente, que vivía ‘muriendo y aprendiendo’, un tío ya particular que no se inmutaba con nada, un día me dijo: ‘Tú haz lo que quieras, yo confío en ti pero no me pidas dinero’ y nunca se lo pedí. Y es verdad, no hay que darle dinero a los hijos, es un error, hay que enseñarles a ganárselo, como los Yankis (…) Ese era mi padre, mi papá, Manuel Rojo, un puto crack: ‘Vete aprendiendo que yo no voy a vivir siempre’, me decía. ¡Eso es un padre, joder!”
“Hijo de un muiñeiro”, Rojo nació en un hospital de beneficencia de Ourense y cuenta con orgullo que fue el niño que más pesó de toda la provincia en el año 1951: “Tuvieron que sacarme porque estaba como dios ahí dentro, me imagino”, se ríe el colleiteiro, que pasó sus primeros años en A Arnoia pero pronto se fue a un pueblo de cerca de Sevilla a cursar el instituto. Llegó de la mano de su tío, maestro en el centro y casi sin saber hablar castellano: “Andalucía era la hostia y fue una suerte porque, si no, no me hubiese podido costear los estudios, fue mi despertar”.
De ahí a la facultad de ingeniería: “Yo quería hacer Química, que era lo mío, pero al solicitar la beca no había plazas, había en Teleco y entonces dije: pues venga”. Una vez terminada la facultad le resultó fácil encontrar trabajo. Recuerda que, entre empresa y empresa, vivió un año en Londres como ayudante del pintor y director de cine Leopoldo Anchoriz: “Yo le cuidaba a sus perros y allí viví como dios porque era un pintor ya medio famoso, no le faltaba el Whisky, era provocador y pude conocer a muchísima gente”. Rojo llegaría después a la Siemens, donde consiguió un buen puesto aunque apunta…: “Buen puesto es el que he tomado ahora, ahora es cuando he empezado a vivir: mucho mejor haciendo buenos vinos que siendo empleado de una multinacional y tener que aguantar a un jefe alemán”, se ríe. Allí estaba cuando en 1987 decidió volver a O Ribeiro.
–¿Por qué ese vuelco a su vida?
–En 1987 me caso y decido retomar un poco la bodeguita de mi padre. Se habían ido muchos amigos y ya llevaba un tiempo pensando en qué podía hacer con mi vida: hacer quesos, pintar, hacer vinos… Cualquier cosa pero bueno, dije: ‘Mi padre tiene esta bodeguita por ahí’y era un momento bueno porque se estaban haciendo estudios sobre las variedades autóctonas en Ribeiro. Empecé y ha ido bien, yo suelo resultar simpático para alguna gente y para otra no y alguna gente pues me apoyó mucho: los inteligentes, claro.
–¿Tuvo clara desde el principio la apuesta por las uvas autóctonas y los bajos rendimientos?
–Yo veía muy claro esto, Galicia está llena de espacios pequeños, donde cada uno puede hacer su papel, su vinito. Lo que no puede haber es un tío que haga diez millones de botellas y uniformes. Yo apuesto por el minifundio, por el minifundio inteligente, es el caso de Borgoña. Ahora, la gente ya ha espabilado y se hacen cosas fantásticas.
–¿La clave de la elaboración?
–Una buena viticultura de precisión. No hay clave, es más, me molesta esa palabra: “Elaborar”, el vino se hace solo.
–¿En qué momento decide trabajar con crianza sobre lías?
–Fue a raíz de la cosecha 2007, en la que ‘Vila Viniteca’ nos hace un encargo para celebrar su 75 Aniversario, que embotellamos en 2009. Vi que el comportamiento era bueno después de dos años de maduración y cambié de táctica. Me gustaría embotellar con aún más tiempo. Ahora dependo de otra gente pero se puede probar. Vinos ya más maduros, de un nivel más alto.
– Se refiere a Pago de Carraovejas, ¿seguirá en el proyecto tras la compra de su bodega?
–De ahora en adelante voy a seguir en el proyecto del blanco, a mí también me conviene para mantenerme vivo. Ahora me debo a ellos y me voy a portar muy bien. Me gusta lo que hago y me gusta estar con ellos porque son gente muy preparada y contemporánea de la que puedo aprender, aportar cosas novedosas, un vino de más nivel. Hasta ahora, puedo permitirme el vino que yo hago, me gustaría hacer un vino que yo no tenga capacidad para comprar. Al revés que John Ford.
– En una entrevista, dijo que detestaría el vino perfecto si existiese, ¿es cierto?
–Sí, la perfección es un concepto nazi, yo soy cualquier cosa menos nazi. Sencillamente, no creo en la perfección porque, entre otras cosas, no existe. Vinos que estén extraordinarios pero que tengan rasgos de humanidad, pequeños defectillos que no se perciban inmediatamente pero sí sutilmente, eso si que me interesa mucho.
– Empezó a vender sus vinos más caros, ¿qué opina sobre el precio de los vinos gallegos?
–Más caros no, de más valor. Mi vino es baratísimo, si yo puedo ir a tomármelo… Pues no lo sé, lo único que te puedo decir es que en Borgoña hay 500 referencias de vino de más de 100 Euros. Con eso ya te he contestado, entonces que la gente use la cabeza, si la tiene.
– ¿Cómo llega hasta aquí?
–He tenido que emplearme muy a fondo y tener todo muy claro y pelear muy duro, ¿eh? Nadie te regalará nunca nada. Hay que abrirse camino entre miles de marcas, no es fácil pero es entretenido. Y qué bien me ha ido con mis equivocaciones, ahora puedo vivir de mis vinos, vivo con muy poco dinero, lo tengo pero no lo necesito ¡Eso sí que es evolución!: Tenerlo por seguridad. A los 15 años, mi abuela me daba un billete de 500 pesetas para que lo llevase por si tenía alguna dificultad pero cuando volvía a casa tenía que enseñárselo. Así estuve casi 10 años.
– ¿Su día a día?
–Me levanto a las cinco, preparo el té, me aseguro de que mi lámpara frontal tiene batería suficiente para iluminar la viña y a las 11.30 o 12.00 vuelvo a casa. Mientras todo el valle está muerto, todos están muertos, yo estoy vivo, como un cantante de Rock & Roll, eso me divierte un montón, y ver salir el sol frente a mi viña es totalmente revitalizante y emocionante.
– ¿Un consejo para los jóvenes viticultores?
–No estoy capacitado para dar consejos, que viajen, que se fijen en los vinos de los demás y que no se miren constantemente el ombligo.
– En otra entrevista parafrasea a su padre: “eu, ó meu”, ¿define esa expresión su filosofía de vida?
–Sí, “eu ó meu”, cada uno a lo suyo, los demás son unos monstruos pero yo tengo que preocuparme de mí, tú haz tu trabajo, los demás que hagan el suyo. No hay cosas más negativa y más destructiva que la envidia, y los descerebrados. Bueno, yo tengo envidia al primero que pisó la luna y a todos los premios Nobel pero esa es una envidia hacia delante, no hacia atrás.