Siempre presente en nuestras vidas

El secretario canciller del Capítulo Serenísimo del Albariño relata cómo es la vida en una cofradía. 

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Si tengo que hacer un regalo, albariño; si organizo una cena, albariño; si hago un viaje, albariño; si me tomo un vino, lógicamente, albariño. Un cofrade se levanta cada mañana con el honor y la misión de ser el mejor embajador de un determinado producto allá donde vaya.

A lo largo de estos años, he comprobado que, en mi caso, esta no se trata de una misión difícil, pues los cofrades del Capítulo Serenísimo del Albariño tenemos entre las manos a todo un estandarte de calidad, que merece la pena defender y promocionar en cualquier parte.

Supone, eso sí y al mismo tiempo,un gran reto para mí saber que será imposible estar nunca a la altura de mi predecesor, el primer secretario canciller del Capítulo Serenísimo y uno de los grandes hacedores y valedores de esta cofradía, Pedro Rial.

Desde que, en 1999, fui nombrado Cabaleiro, ese mismo vino que vi sobre la mesa en los años de mi infancia y cuya degustación pasó a ser, después, una de mis mayores satisfacciones, se convirtió,  también, en una gran responsabilidad.

Recuerdo la ilusión y la sorpresa que supuso para mí, cuando aún tomaba el relevo de los pequeños viñedos de mi padre, coger el testigo de aquello que, el 3 de agosto del año 1969,  Manuel Fraga Iribarne, Manuel Cabanillas Pérez, José Antonio Campos Borrego, Álvaro Cunqueiro y Mora-Montenegro, Eloy Fernández Valdés, Joaquín Fole Vilar, José Antonio Puig Gaite, Santiago Reigosa Zorzano y el ya mencionado Pedro Rial López, fundaron para defender el albariño, que ya por aquel entonces se perfilaba como el “príncipe de los blancos”.

Casi 20 años después, sigue siendo un honor formar parte de la labor desarrollada por viticultores, bodegueros, consejo regulador y otras instituciones en la promoción del vino albariño y saber que, juntos, hemos conseguido darlo a conocer en todos los rincones del mundo.

Desde China a Australia a Estados Unidos o a Argentina, hoy y desde hace tiempo, el albariño se lleva siempre las mejores distinciones en todos los países y la fiesta que le dedica Cambados, cada año, recibe ya a más de 200.000 asistentes.

Una fiesta a la que el Capítulo Serenísimo nace muy ligado y que todavía hoy se enorgullece de haber sido y seguir siendo uno de sus pilares.

En Cambados, en España, en Europa y en cualquier lugar; sus miembros, todos, desde el gran Maestre, Alberto Núñez Feijóo, pasando por la primera mujer nombrada Dama del Albariño, Marisol Bueno y hasta nuestro Rey Don Felipe, que nos honra con su presencia en el Capítulo, llevamos siempre una botella de nuestro vino en el corazón como ya lo hicieron Charles de Gaulle, Juan Domingo Perón, Torrete Ballester, Camilo José Cela o Gil Armada y todos los demás cabaleiros y damas que, año tras año, se van incorporando al Capítulo.

Que no quepa duda que cumplimos, con rigor, el juramento o la promesa de defender y de querer el vino albariño. No nos olvidamos de que que formamos parte de una cultura del vino con más de 2.000 años de historia y una de las mejores del mundo, la de la Península Ibérica.

Por eso, siempre que invito a alguien a mi casa, hay una botella de vino albariño y, cuando tengo que hacer algún obsequio, mando una botella de albariño. Por eso, cuando escribo este artículo no puede sino acabar invitando a los amantes del vino a coger una copa de albariño; pedirles que lo degusten con un buen maridaje de gastronomía; mejor aún si lo hacen con serenidad frente a una de nuestras rías; y trasladarles mi completo convencimiento de que,  desde ese momento, van a ser  grandes devotos de nuestros vinos. Por eso, porque el albariño siempre está presente en nuestras vidas. 

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