Hoy vamos a vendimiar a Ribeira Sacra. Intentamos llegar en coche al viñedo pero llega un momento en el que nos damos cuenta de que ya no podemos continuar. Pedimos que nos rescaten y un todo terreno llega a nuestra busca. Bajamos las estrechas y empinadas laderas y tenemos que detenernos en varias ocasiones para sortear las curvas en varias maniobras. Es un terreno de vértigo. Nos cuentan que nos van a llevar a una viña donde la uva solo se puede extraer a hombro.
Una vez que llegamos allí y nos asomamos al viñedo para poder fotografiar ese espectáculo, observamos que es toda una odisea. ¿Quién se imagina remontarlo con veinticinco kilos al hombro? Es entonces, en medio de aquel paisaje grandioso, cuando uno se pregunta… ¿Merece la pena? Al finalizar la jornada y retornar a casa, entiendes que sí.
Merece la pena mantener viva una tradición legada de padres a hijos, merece la pena conservar unos de los paisajes vitícolas más bellos del mundo, merece la pena hacer vino en estas tierras, un vino que es mucho más que vino. Es un sentimiento, una forma de vida, un orgullo, un vehículo comunicativo que habla de una tradición familiar, que habla de tus abuelos, de los monjes y hasta de los romanos que construyeron los bancales hace 2000 años.
Es mantener vivo el recuerdo de tus antepasados a pesar de tener que luchar día a día contra todo tipo de adversidades en una pelea noble con la naturaleza. Ya sea granizo, heladas, hongos o el ataque de corzos y jabalíes que buscan en el viñedo su alimento en detrimento del esfuerzo heroico de sus viticultores, que pueden ver todo el trabajo de un año perdido en minutos.
Esto conforma una manera de ser, de trabajar y de vivir. Cepas centenarias plantadas por sus ancestros que no pueden dejar morir. Abandonarlo sería faltarle al respeto a tus antepasados, quienes lucharon durante siglos en las ribeiras sagradas esperando tiempos mejores.
Ese momento ha llegado y ya existe una generación de gente joven que garantiza la continuidad del legado.
Estos viticultores alpinistas, heroicos, que, en plena vendimia y sin dejar de cortar uvas, te dicen: “hay que estar loco para trabajar aquí”… Son ellos los que continúan cuidando y esculpiendo las laderas de los ríos para conformar uno de los paisajes más maravillosos del mundo.
Ribeira Sacra tiene futuro, mucho futuro. Vino y turismo caminan de la mano para ofrecer al consumidor una experiencia completa. Quien visita estos maravillosos paisajes, quién descubre y conoce a estas gentes y observa este tipo de viticultura extrema, ya ha vivido una experiencia única, algo que difícilmente va a olvidar. Un paisaje que siempre podrá recordar cuando el vino vuelva a ser consumido.
Ese vino hablará del año en el que fue producido, del cuidado recibido, del clima, del suelo… Cada añada tiene matices diferentes, cada añada es una sorpresa, un descubrimiento y una pequeña historia.
Los vinos de Ribeira Sacra están elaborados en base a unos valores que son capaces de transmitir. La autenticidad, el esfuerzo, la persistencia, la solidaridad… Vecinos que nunca dejan de ayudarse unos a otros y que construyen una sociedad mejor.
Por todo ello, quiero hacer un llamamiento para que, cuando pidamos un “Ribeira Sacra”, lo hagamos convencidos, no sólo de que queremos un vino fresco y auténtico de gran calidad, sino también sabiendo que estamos contribuyendo a mantener viva la ancestral tradición vinícola de nuestra tierra.