Para estas Navidades, Rías Baixas calificará en torno a 120.000 botellas de espumoso de calidad. Algunas de sus bodegas han duplicado su producción de burbujas en los últimos años y ya son 20 las marcas de este tipo al amparo del sello del albariño en el mercado. Los datos son todavía tímidos pero crece el interés por el producto y si bien Rías Baixas es la Denominación de Origen del vitivinícola gallego que más espumosos comercializa, lo cierto es que no es la única. Otros sellos de calidad como Valdeorras y, desde 2017, O Ribeiro también los amparan en sus respectivos pliegos de condiciones.
El director técnico de la primera, Jorge Mazairas, habla del potencial de variedades como la godello y califica de “muy buenos” los resultados obtenidos en el pasado con este tipo de experiencias. Se mira en el espejo del sello pontevedrés al ser preguntado por el futuro de las burbujas en la zona: “creemos que sí irán aumentando; de hecho, en Rías Baixas ya están creciendo”, apunta el experto para pasar a explicar que, aún con todo, “la alta demanda de variedades amparadas para vinos tranquilos y los costes derivados de la producción de espumosos” vuelven necesaria una voluntad clara de apuesta por parte de las bodegas a la hora de sacar adelante este tipo de vinos.
Esto, sumado a que Valdeorras encadena tres cosechas de mínimos consecutivas, quizás explique por qué solo una bodega de la D.O. ourensana elabora espumosos actualmente. Su propietario, Rogelio Moral, decidió hace ya casi una década producir burbujas en la comarca. ¿Por qué?: “Eu son emigrante e viaxo moito por Italia, Francia, Suiza e vin que era o futuro. Alí estábase e estase vendendo moita burbulla, consúmese de forma cotiá, non como facíamos aquí, solo para tomar a tarta nas bodas. Díxenme pois vamos a apostar polos espumosos”.
Tuvo ojo el empresario porque lo cierto es que, en 2017, la producción de este tipo de bebidas protagonizó la mayor subida del sector en comercio internacional, según un informe de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) de abril de este año. En el caso concreto de Moral, también las cifras son alentadoras: en diez años, Bodegas Roandi, con tres marcas de espumoso, ha pasado de las 600 botellas de este tipo de vino a las 30.000.
Apunta a la diversificación como un valor añadido: “o futuro está en non quedarse durmido, innovar, con produtos punteros e de calidade”. “Eu creo que o noso espumoso de uva godello foi dos primeiros de España. Tampouco vou decir que é o mellor do mundo pero ten outro gusto. Vendémolo incluso na zona de Champagne, en Francia. Date conta de que eso é como venderlle milagros a Dios”, dice el empresario y se despide,orgulloso de su tierra: “eu miro moito por Galicia pero Galicia tamén mira moito por min”.
En O Ribeiro, por su parte, la cooperativa de Ribadavia lleva ya 11 años consecutivos apostando por los espumosos y espera empezar a comercializarlos con contraetiqueta de la D.O. en 2020: “el cambio de reglamento nos pilló a mitad del proceso de elaboración y el control del Consejo Regulador debe empezar desde el inicio”.
Explica el porqué de la espera el enólogo de Viña Costeira, Manuel Castro, quien cuenta que “las producciones de la bodega han aumentado mucho desde 2008 porque así lo ha ido demandando el mercado”, si bien puntualiza que todavía queda mucho trabajo por hacer en la desestacionalización: “sigue sin ser el vino de todos los días, está muy ligado a la Navidad y las celebraciones especiales”.
En cualquier caso, Castro cree que el interés en el espumoso de la comunidad ha crecido y argumenta que no son pocos los que le preguntan por este tipo de producto cuando acude a ferias nacionales. “La gente se va dando cuenta de que hay espumosos más allá de los clásicos Champagne y Cava”, dice al tiempo que afirma no conocer otro espumoso 100% treixadura en el mundo, “una variedad con muy buena capacidad para coger espuma, una burbuja muy fina, muy suave, y una acidez equilibrada”.
Como en Rías Baixas y Valdeorras, también en O Ribeiro es obligatorio el método tradicional Champenoise: “Seguimos haciéndolo como hace 300 años, con dos fermentaciones: la del vino base y una segunda en botella, más corta, de solamente un grado y medio, que es la que genera la burbuja de carbónico en unos 20 o 30 días. Durante los ocho meses restantes en los que, como mínimo, el vino permanece en ‘crianza en rima’, las levaduras se van disolviendo y dándole al vino ese carácter peculiar. A más tiempo sobre lías, más carácter en el vino”.